Porque seguro que siempre lo has tenido fuera y ahora toca
centrarse en una misma.
Y va a costar un poquito bastante: nos han enseñado a poner el foco en el exterior, en los demás, en agradar, en gustar. La que te vistes eres tú y a quién tienes que gustarte es a ti. Imposible gustar a todos, y además ¿para qué?
¿acaso todos te gustan a ti?
Y escucharte de verdad, con calma y tranquilidad, pasando olímpicamente de las ideas preconcebidas que tengo grabadas a fuego, que me han inculcado desde todas partes y yo he creído porque sí, sin hacer preguntas ni cuestionarme nada. Ideas que seguro que me cortan el rollo y ponen muy difícil mostrarme como soy, sea como sea yo. Eso es otra historia.
En ese estado voy a disfrutar de pensamientos más claros, más sinceros, me hablan de lo que quiero y necesito para estar y sentirme bien. Y ya es mucho. Me vienen porque les doy tiempo y espacio, no tengo prisa, y me respeto las pausas y contradicciones, que también necesitan su proceso. No me dejo arrastrar hacia donde no quiero ir. P-a-s-o.
Lo que he aprendido y no me convence ni me hace bien,
lo puedo desaprender si me da la gana.
¿Sabes qué? Yo soy adicta a ir cambiando mis pensamientos, y a la vez mis acciones, siempre encaminadas a sentirme mejor, a ser más yo misma, a no decepcionarme, a darme más atención, a cuidarme. Te prometo que, por lo menos, siempre lo intento. En ello sigo.